Juan
había perdido a su mujer, su compañera, su cómplice de sentimientos, su luz
espiritual en su caminar diario.
Abatido
por el dolor y la pena, con la mirada perdida, con el pensamiento en el
recuerdo, con el corazón ahogado por la falta de amor que ya no le otorgaba su
mínimo oxígeno de sustento, comprendió que el perder a su alma gemela, pronto
le llevaría a reunirse con ella. Juan levantó la mirada hacia el cielo y con
los ojos llenos de lágrimas preguntó…
¿Porqué
ella, porqué no me has llevado a mí?...
¡¡No es justo!!...¡¡Lo teníamos
todo!!...
¡¡Aún no era el momento!!...De pronto Juan escuchó una voz:
¿Estás
ahí vida mía?...¿Puedes verme desde la infinita bondad de tu alma?...
¿Deseas
tanto como yo, una pronta unión de nuestros corazones?...
El
cielo se iluminó con una luz cegadora, brillante, esplendorosa, como nunca
Juan
lo había contemplado antes y se oyó una voz que dulcemente dijo:
¡¡Ven
Juan…sígueme!!...¡¡Ella estará bien…no te preocupes!!...
¡¡Cuando llegue el
momento volveréis a unir vuestros corazones en un sólo sentimiento de
amor!!...¡¡Pero habrás de tener paciencia…ella aún no está preparada!!...
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Juan sonrió y después lloró dulce, sincera y relajadamente. _
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