Cuando a veces pienso, en las ocasiones que
me han ido surgiendo durante toda mi vida, momentos emotivos, sentimentales,
puntuales, aquellos que han marcado de una manera extraordinaria cada paso que
he dado en mi camino, entiendo cada vez más y mejor, lo que significa crecer y
aprender, aceptar y agradecer, dar y recibir...
Hoy día, simplemente por contemplar cada
nuevo amanecer, siento una indescriptible gratitud por la vida.
Por cada suceso diario, agradezco lo que se
me ofrece y comparto cada momento vivido con el Universo.
Ver a través de los ojos del amor, me reporta
satisfacción, alegría, sabiduría y refuerzo interior.
Contemplar el mar, por ejemplo, ha sido para
mi en estos días pasados, observar el maravilloso poder de creación que existe
a nuestro alrededor.
Sentarme en la arena, ver, escuchar, sentir,
contemplar cada ola, cada instante, es aceptar que la majestuosidad del
Universo se manifiesta ante mí, de formas diferentes e increíblemente bellas.
Cada ola, dibuja un haz de luz ante mi mirada
y al llegar a la orilla, ofrece para mi deleite, un inmenso mural de
sensaciones.
Si te involucras con él, le escuchas, le
sientes, te dejas acariciar el alma, el mar, te otorga la paz interior, la
armonía y la serenidad, tan necesarias para el bienestar interior y el
crecimiento espiritual.
Al menos a mí, es lo que me entrega cada vez
que me siento a contemplar y admirar, su fuerza y su poderosa magnitud.
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